El retorno a los orígenes de la vinificación
Los vinos naranjas representan el puente más fascinante entre la tradición ancestral y la contemporaneidad enológica. Estos vinos, obtenidos a partir de uvas blancas vinificadas con largas maceraciones sobre las pieles, como los tintos, tienen sus raíces en la milenaria tradición georgiana de los vinos en qvevri, las ánforas enterradas. El resultado son vinos de un característico color ámbar-naranja, con una estructura tánica pronunciada y una extraordinaria complejidad aromática. Redescubierta en los años 90 por viticultores pioneros como Josko Gravner y Stanko Radikon en Friuli, esta técnica se ha extendido por todo el mundo, convirtiéndose en símbolo de un enfoque natural y respetuoso con las tradiciones enológicas.
Un universo de complejidad sensorial
Los vinos naranjas ofrecen una experiencia sensorial que desafía las convenciones, situándose en un territorio inexplorado entre los blancos y los tintos. Los aromas van desde los frutos secos hasta las hierbas aromáticas, pasando por especias exóticas y notas oxidativas, hasta tonos de cáscara de cítricos y miel. En boca destacan por su estructura tánica, su viva acidez y su notable persistencia. Los vinos de variedades aromáticas como Malvasía, Ribolla Gialla, Gewürztraminer o Riesling resultan especialmente expresivos. Son compañeros de mesa versátiles e ideales, que acompañan platos estructurados, quesos curados e incluso carnes. Su capacidad de evolución con el tiempo los convierte además en fascinantes objetos de colección para los aficionados que buscan experiencias auténticas y no homologadas.
