Los vinos macerados son simplemente vinos diferentes. Se elaboran a partir de uvas blancas, pero se producen como los tintos, manteniendo las pieles en contacto con el mosto durante un periodo que va desde unas pocas horas hasta meses enteros. Es un camino audaz, poco transitado, recorrido por un número reducido de viticultores que, en conjunto, no alcanzan la producción de una bodega de tamaño medio. Pero también es una elección clara y precisa: la de elaborar un vino blanco capaz de salirse de lo convencional y despertar sensaciones totalmente diferentes, inusuales y, en cierto modo, extremas.
Qué tienen en común
Todos los vinos macerados se elaboran siguiendo los mismos procedimientos principales, aunque con diferencias sensibles entre los distintos productores. Estos son algunos de los aspectos más importantes:
Vinificación en rojo. Al igual que ocurre con los vinos tintos, las pieles se mantienen en contacto con el mosto durante un periodo variable.
Pequeñas producciones. Los vinos macerados son un fenómeno de dimensiones limitadas, también por elección de los propios productores, que privilegian la calidad sobre la cantidad.
Taninos también en los blancos. La vinificación con las pieles transmite al vino también los taninos y su típica sensación astringente, normalmente patrimonio de los tintos.
Naranja o no naranja. No todos los vinos macerados se convierten en Orange Wine, con su típico color ámbar, sino solo aquellos en los que las pieles permanecen en contacto durante más tiempo.
Por qué nos gustan
Los vinos macerados encierran una idea poderosa: todo puede verse con una mirada diferente, desde un ángulo inusual y, en cierto modo, innovador. Aunque hacen referencia a una antigua tradición, los vinos macerados llevan consigo ese deseo de distinguirse y luchar contra los clichés que, en cierto modo, hacemos nuestros.
