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Laroche

La historia del Domaine Laroche comenzó a mediados del siglo XIX, concretamente en 1850, cuando aún no existía la AOC ni el cru, en una época en la que los viticultores eran los herederos directos de los monjes cistercienses.
Durante más de un siglo y medio, el Domaine ha estado produciendo vinos de la más alta calidad sin interrupción, pero el punto de inflexión llegó con Michel Laroche, quien, a partir de 1967 y durante un período de casi cuarenta años, fue capaz de infundir a la bodega tal dinamismo que aumentó su superficie de viñedo de seis a 130 hectáreas, una gran parte de las cuales está situada en las colinas de grand cru y premier cru de Chablis.
Laroche es ahora una marca de renombre mundial, con su sede histórica en uno de los palacios más bellos de Borgoña, la Obediencerie de Chablis, pero con fincas en Languedoc, Chile y Sudáfrica, así como en el propio Chablis. A pesar de las impresionantes cifras, todo gira en torno a los más altos estándares de calidad, empezando por el cuidado de los viñedos y terminando por los procesos de trabajo en la bodega.
Entre las hileras de vides, en nombre del máximo respeto al medio ambiente, a la naturaleza, al ecosistema y a la biodiversidad, cada elección agronómica es cuidadosa y prudente, adoptada para que, cosecha tras cosecha, las uvas se recojan puntualmente sanas y genuinas, concentradas y ricas en cada mínimo matiz organoléptico.
En la bodega, la filosofía que se sigue no dista mucho de la que se aplica en el viñedo, de modo que, empezando por la vinificación y pasando por las fases de crianza, embotellado y afinado, se presta toda la atención a la consecución de los más altos niveles de calidad. Con una gama que incluye más de cuarenta etiquetas, Laroche es sinónimo de elegancia y autenticidad, y se basa en una filosofía de producción que sigue siendo la misma que en el pasado, según la cual la búsqueda de la excelencia, tanto en el viñedo como en la bodega, tiene como objetivo garantizar la máxima expresión de la identidad de cada terruño.