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Cappellano

La historia de la bodega Cappellano comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, concretamente en 1870. Fue en ese año cuando el notario Filippo Cappellano, un acaudalado terrateniente de la región de Albese, fundó la empresa, aglutinando un patrimonio de sesenta hectáreas de terreno plantado íntegramente de viñas. Más tarde le sucedió su hijo Giovanni, enólogo, que se encargó de reestructurar la bodega, y luego Giuseppe, farmacéutico, que inventó las jaleas de uva y, a partir de una receta muy secreta, el Barolo Chinato, que sigue siendo un monumento de la enología italiana. Tras la muerte de Giuseppe en 1955, la gran herencia familiar se fragmentó y dispersó. Fue a finales de los años 60 cuando Teobaldo Cappellano, nacido y criado en Eritrea y que posteriormente regresó a Serralunga, decidió reapropiarse de la marca Cappellano y reconstruir la bodega a partir de sólo cinco hectáreas de viñedos. Anarquista, soñador e inconformista, Teobaldo logró reconstruir el nombre de Cappellano con gran sacrificio, centrándose en pequeñas producciones y de muy alta calidad. A partir de esta valiente elección, es ahora su hijo Augusto, la quinta generación de la familia, quien continúa la gloriosa tradición vinícola de la familia Cappellano, guiando la empresa con pasión y competencia. Aunque el Barolo Chinato sigue siendo el vino insignia de la bodega de Cappellano, la producción se centra también en los demás vinos típicos de la zona, como el Barolo, el Nebbiolo, el Barbera y el Dolcetto. Siguiendo la tradición familiar, Augusto no utiliza herbicidas sistémicos ni productos químicos en las hileras de vides, sino que ha optado por la agricultura ecológica, respetando la naturaleza y la tierra. Por decisión de Augusto, los vinos de la bodega Cappellano no se incluyen en las guías de vinos ni se ofrecen para su cata a los críticos: prefiere dejar que la calidad y la increíble personalidad de las botellas hablen por sí solas.