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Bodega del Fin del Mundo

Ya en el año 1500 se tiene constancia de los primeros intentos de producción de vino en Argentina por parte de los jesuitas en sus misiones repartidas por las diferentes regiones. Se trataba de pequeños viñedos plantados con plantas traídas de Europa para satisfacer sus propias necesidades pero que, con el tiempo, se expandieron gracias a las excelentes condiciones climáticas que encontraron, sobre todo en las zonas más cercanas a los Andes. Este crecimiento imparable fue acompañado por la contribución fundamental de los numerosos inmigrantes que se trasladaron desde el Viejo Continente a Sudamérica durante el siglo XIX. En las dos últimas décadas del siglo XX se produjo un verdadero salto de calidad: nuevas técnicas, mayores conocimientos y, sobre todo, nuevos capitales, también procedentes del extranjero, propiciaron un crecimiento de la calidad que aún no se ha detenido y que ha llevado a Argentina a la atención del mundo entero por la gran calidad de los vinos que ha conseguido expresar. La criolla, la cereza, el tempranillo, el cabernet sauvignon, el merlot, el torrontés y el chardonnay son algunas de las variedades más extendidas, entre las que, sin embargo, destaca la que quizá se considere la más representativa de las vides argentinas: el malbec. Procedente de Francia (es una de las variedades de uva autorizadas en Burdeos), en Argentina, y en particular en la amplia zona de Mendoza, ha encontrado las condiciones ideales para producir vinos de gran sustancia y equilibrio. Vinos cálidos, sabrosos y especiados que representan perfectamente todo el renacimiento de una nación que ha encontrado en el Malbec su principal variedad de uva, la que sin duda da lugar a los mejores vinos de toda Argentina.