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Michele Chiarlo

La bodega Michele Chiarlo fue fundada en 1956 por Michele Chiarlo en Calamandrana, en el corazón de la zona de Asti, produciendo la primera cosecha de Barolo en 1958. Durante los años siguientes la bodega, estrictamente familiar, se desarrolló considerablemente, gracias a las importantes compras realizadas en las mejores zonas de las Langhe, adquiriendo, en 1987 y 1989, terrenos en Cerequio y Cannubi. En la actualidad, la empresa cuenta con unas 110 hectáreas de viñedos, 60 de las cuales son propiedad de la familia y las 50 restantes en régimen de arrendamiento a largo plazo, y produce algo más de un millón de botellas. La dirigen los hijos de Michele, Alberto y Stefano: el primero se encarga del desarrollo comercial, mientras que el segundo es enólogo. En los viñedos sólo se cultivan uvas autóctonas, concentrándose en el Nebbiolo, el Barbera, el Cortese y el Moscato; en la bodega la filosofía pretende exaltar las características que distinguen a la vid en un determinado terruño, procurando para los vinos tintos utilizar la madera de forma moderada, afinando los distintos crus según el método tradicional, en grandes barricas o tonneaux. El objetivo fundamental que persigue Michele Chiarlo es el de la sostenibilidad, un concepto muy querido por la familia desde los años 90, cuando comenzaron las primeras aplicaciones de la gestión integrada de plagas, los productos fitosanitarios selectivos y otras prácticas naturales. Un camino virtuoso, que se ha ido renovando con el tiempo: en 2007, de hecho, se puso en marcha un proyecto, reconocido por el Ministerio de Medio Ambiente, que tiene como objetivo la sostenibilidad total de la cadena de suministro, hasta la mesa del consumidor. La familia Chiarlo es gente dinámica y atenta a los tiempos que corren, como demuestra el ambicioso proyecto hostelero inaugurado con el "Palais Cerequio", un alojamiento ideal para quienes quieran disfrutar de unos días de descanso en un mundo donde el vino es el protagonista absoluto. En total, una veintena de etiquetas excelentes, de Barolo a Barbaresco, de Gavi a Barbera: botellas que, sorbo a sorbo y añada a añada, confirman su lugar en el Olimpo de los mejores vinos italianos.